lunes, 5 de agosto de 2013

A la conquista del indeciso

La largamente anunciada irrupción de Sergio Massa sobre el cierre de las listas para las primarias del próximo domingo 11 puso de manifiesto mucho más que la aparición de un candidato con amplias expectativas de pelear la victoria en las próximas elecciones e, inclusive, dar un salto aún mayor en 2015 . Expone un dato que excede su propia figura y su proyección personal: la aparición de un nuevo sector del electorado, centrista y esquivo a los encasillamientos excluyentes de los últimos años, que giraron obsesiva y abusivamente en torno a la disputa kirchnerismo-antikirchnerismo. Pero ¿esta “tercera posición” define un segmento con posibilidades de ser mayoría dentro de dos años, cuando se estará jugando la sucesión de Cristina de Kirchner y, con ello, el rostro futuro de la política nacional? ¿Cabe pensar a esta altura que el próximo presidente no será ni K puro ni anti-K, tal como nos habíamos acostumbrado a pensar?.
La leve declinación de Massa no alcanzaría para hablar de una tendencia y, por el contrario, la postulación parece sostenerse en torno a un tercio del electorado. Sin embargo, hay que destacar el ascenso del cada vez más instalado Martín Insaurralde, hombre de Lomas de Zamora y cabeza de lista del Frente para la Victoria, que pasó en el período del 22,8% al 27,4%, y que en estas horas ya se acerca, al menos, a una situación de empate técnico en algunos distritos importantes del conurbano. Ascenso, hasta lo que se conoce, que se explica sobre todo en el recorte del ítem “indecisos”, que cayó del 13,1% al 9,9%.
Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, explica que “la sociedad se divide tradicionalmente en tres tercios. Uno está con el Gobierno y siempre lo estará, en este caso el kirchnerismo. Otro nunca lo va a votar, aún en el mejor momento del mismo. El tercer tercio es el fluctuante, que puede votar o no a un Gobierno. En 2009 votó a la oposición, en 2011 en su mayoría retornó al oficialismo y en 2013, se va alejando del mismo. Como ejemplo, la Presidente en su reelección obtuvo el 56% en la provincia de Buenos Aires y su lista de candidatos a diputados nacionales encabezada por Insaurralde hoy tiene la mitad. Esos 28 puntos que votaron por Cristina y que ahora no votan al oficialismo son la base sobre la cual Massa intenta generar su posición intermedia”.

Si éste propone mantener “lo bueno” que hizo el kirchnerismo desde 2003, corregir “lo malo” y completar lo inconcluso, hay que considerar su candidatura fuera de las categorías de oficialismo y oposición, con las que políticos y analistas han atormentado a los no embanderados en los últimos años. Intenta encarnar un poskirchnerismo que salta así al centro de la escena como opción con posibilidades de triunfo no ya en las legislativas de este año sino en las presidenciales de 2015.

Artemio López, director de Consultora Equis y hombre cercano al Gobierno nacional, discrepa y, al calor de un tramo clave de la campaña, le baja el precio a la figura de Massa. “Lo de Massa no es poskirchnerismo, es duhaldismo 2.0, duhaldismo con laptop. No es más que política bonaerense sin despliegue nacional. Lo que ocurre es que toda la oposición va a funcionar así, a partir de un reconocimiento similar al que hizo Henrique Capriles en Venezuela, que dejó de estigmatizar al chavismo y comenzó a reconocerle sus logros. Ocurre que para oponerse con eficacia a una experiencia política de diez años como ésta hay que tomar nota del piso de integración social que logró y del despliegue al que dio lugar en materia de derechos humanos, entre otras cuestiones. Quien discuta eso se va a quedar en el margen, así que toda la oposición se encamina a ese discurso”.

Si la figura concreta del tigrense es capaz de convocar en grande es otra cuestión, que él mismo deberá resolver, para empezar, superando cierto carácter liviano de su discurso. En todo caso, lo que se constata es la aparición de un espacio del que no se tenía registro.



Cabe conjeturar que la oposición más recalcitrante, al final del camino (si es que en política eso existe), habrá contribuido a poner coto a la era K pero que no será la que coseche los beneficios. En efecto, la denuncia (muchas veces precisa, tantas otras exagerada) de los excesos institucionales de la Casa Rosada, de los mecanismos de corrupción que han persistido, de las deficiencias de la gestión, de los problemas que se han subestimado, entre otros males, contribuirá a la sensación de un final de época, a la necesidad de un proceso nuevo, superador. La cuestión es quién lo encarnará.

Por supuesto que todo depende de cómo llegue Cristina de Kirchner a 2015, lo que, a su vez, será subsidiario, en parte de cuáles sean las condiciones de gobernabilidad que tenga hasta entonces.Esto es qué cosecha legislativa obtendrá en octubre y cuánto de ella retendrá si ese “gigante invertebrado” que es el peronismo comienza a otear que sus oportunidades están más lejos del redil oficial. Y además, acaso en primer orden de importancia, hasta qué punto lo que hoy forma parte de un nuevo sentido común que considera logros que es deseable mantener, fundados en niveles de gasto público históricamente elevados, no se desmigaja de la mano de una macroeconomía que cada vez hace más ruido.

Los diez años que lleva en el poder el kirchnerismo son todo un récord en la política argentina moderna. Ni el primer Perón (1946-1955) pudo superar ese listón. Tampoco Carlos Menem (1989-1999) ni ningún régimen militar. El poder desgasta, por más que Giulio Andreotti haya sostenido (bastante antes de su caída en desgracia) que la máxima sólo se aplica a quien no lo detenta.

“En 2015, el kirchnerismo habrá estado en el Gobierno doce años y medio, y en democracia la sociedad suele votar un cambio después de un período tan largo. En cuanto a la economía, el ciclo tan favorable a las materias primas de América Latina de la primera década del siglo no parece continuar con la misma intensidad en la segunda década y ello también juega a favor de un cambio”, señala Fraga .

¿Pero cuáles son las causas puntuales de esa fatiga de un sector social, el que nos ocupa y puede definir el futuro político del país? Este analista explica que “una de las causas del malestar de los sectores medios fluctuantes con el kirchnerismo es que en la versión cristinista se identifica cada vez más con el modelo venezolano. El tercio intermedio, que cambia y por eso define las elecciones, está en el centro y no se identifica con dicho modelo. Tampoco con un modelo de centroderecha”.

Evidentemente, ese sentido común fraguado en la última década se vería horadado si la inflación se siguiera empinando, lo que erosionaría el poder de compra de los salarios y de las ayudas sociales, el tipo de cambio y la competitividad de la producción local. Y, claro, aunque el ojo popular lo perciba como algo más mediato, si se acentúa el “cepo cambiario” y su contracara impiadosa, la sangría de reservas internacionales, con el consiguiente peligro de una devaluación brusca que golpee a los sectores menos pudientes, los mismos que en buena medida valoran aquel legado. En ese caso, la herencia tendría menos de “kirchnerismo” y más de “pos”, para beneficio de quienes hayan mantenido su discurso bien lejos de las playas oficiales. Pero esa película, apasionante, todavía está por verse.

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