lunes, 9 de septiembre de 2013

Educación para la libertad

Hace cincuenta años, un pequeño poblado del nordeste de Brasil, Angicos, se convertía en conejillo de indias educativo: Paulo Freire iba a aplicar su método de alfabetización por primera vez. La experiencia fue tan exitosa que se replicó en diversas partes del mundo, incluso en la Argentina, donde en 1973 se puso en marcha la Campaña de Reactivación de la Educación de Adultos, que tendía a la alfabetización de los mayores en todo el territorio. A medio siglo de distancia, ya nadie discute las teorías del gran pedagogo brasileño –quien falleció hace diez años– y diversas organizaciones educativas reafirman su vigencia.


“Freire constituye una síntesis de lo mejor de la tradición pedagógica latinoamericana con una trascendente actualización desde lo político, social y ético”, afirma Mariano Isla Guerra, vicepresidente de la Asociación de Pedagogos de Cuba, quien participa del seminario. Y agrega que “la concepción freireana deja atrás las prácticas tradicionales de educación, promueve la creatividad y la capacidad de pensar sobre la realidad para transformarla progresivamente”. Para él, dice Isla Guerra, “el proceso pedagógico es un espacio de construcción colectiva de conocimientos, valores y sentimientos, y tiene como propósito promover procesos de cambio desde las comunidades y las organizaciones. El rol del educador se modifica, debe compartir sin miedo su poder con los estudiantes, garantizando la participación del grupo”.

La Asociación de Pedagogos de Cuba impulsa la obra de Freire mediante talleres, cursos, diplomaturas e investigaciones, entre otras modalidades. Sostiene una cátedra de Estudios Comunitarios con su nombre y organiza cada dos años el Encuentro Internacional “Presencia de Paulo Freire”, que ya lleva ocho ediciones. Según Isla Guerra, en Cuba han aplicado el pensamiento freireano tanto en las clases que se dictan en los colegios como en el trabajo comunitario “desde diferentes dimensiones: cultural, medioambiental, de salud, deportiva recreacional, etcétera. Su praxis está presente en proyectos y formas de hacer de organizaciones, escuelas, instituciones, universidades y, principalmente, en proyectos comunitarios”.

Y para que no quede en una mera enumeración, cuenta la experiencia de “Transformar para educar”, cuyo objetivo es mejorar la gestión educativa de los Consejos de Escuela. En cada colegio, ese Consejo se constituye con familiares de los alumnos, los principales actores de la comunidad cercana a la escuela, los estudiantes, profesores y la dirección de la escuela, con la función de articular la escuela, la familia y la comunidad. Con el proyecto, los miembros pudieron diagnosticar su realidad educativa e investigar las causas de los problemas; diseñar acciones para resolverlos; ejecutarlas; evaluar los resultados y sistematizar la experiencia. “Puedo decirles –enfatiza Isla Guerra– que la Educación Popular tiene en estos momentos uno de los mejores escenarios para avanzar y consolidarse como concepción pedagógica liberadora”.
Convencido de que la educación neutral es una falacia porque “siempre tiene objetivos de índole política” –que se descubren al responder qué sociedad se quiere construir, qué tipo de ciudadano se quiere desarrollar, qué valores se privilegian, etc.–, Faundez advierte una clara división entre dos tipos de principios pedagógicos: “Si se desea construir una sociedad para la reproducción de una elite, se propondrá una educación destinada a hacer esclavos (como parece ser el fin del enfoque por competencias). En cambio, si se desea construir una sociedad del conocimiento la educación debe ser laica, pública, gratuita y de calidad para todos”. Y vuelve sobre las preguntas, porque para que haya una participación en la construcción de determinada sociedad, es imprescindible preguntar. “Si no ocurre, los grupos desfavorecidos se convierten en instrumentos de los que pasan mensajes o ideologías según sus intereses. Así se impone la hegemonía de una concepción del mundo y de la sociedad –enfatiza el filósofo–. Aristóteles definía a los esclavos como animales que hablan. Sin preguntar no nos daremos cuenta de que el hambre amenaza la humanidad, que el concepto actual de desarrollo nos lleva a la catástrofe, que el agua faltará en algunos años, que la polución ha llegado a un punto de no retorno”.
Para Freire, y para Faundez, la pedagogía (más allá de la pregunta) cumple un rol fundamental en la construcción de una cultura nacional, ya que la divulga y la reproduce. “Puede ser reproductora de una sociedad autoritaria o democrática, abierta o cerrada, respetuosa o irrespetuosa de culturas y lenguas diferentes –reflexiona Faundez–. Yo lucho por una educación que tiene como objetivo construir una cultura nacional en que todos los grupos sociales e individuos participen en la superación de contradicciones, teniendo como principio la búsqueda de la justicia y de la igualdad”. Los principios de Paulo Freire.

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